Un país se construye en los hogares y en las escuelas. No hay mejor antídoto contra el fanatismo que una educación sustentada en el amor y en la cultura, en la sabia y profunda síntesis que te aporta el conocimiento y la convivencia con el hermano.
El futuro de los pueblos, de la humanidad en su conjunto, depende de la capacidad de amar de los ciudadanos, hombres y mujeres, que poblamos la faz de la Tierra. Las iras, los egoísmos, los absolutismos, las heridas, las venganzas, las envidias, los fracasos, los complejos, las capacidades, virtudes y dones… se afrontan en casa y en la escuela.
Educación y familia. No hay mejor inversión ni más importante para un gobernante, para una sociedad
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A country is built at home and in schools. There is no better antidote against the fanaticism that an education based in love and culture, in the wise and profound synthesis that provide knowledge and coexistence with brother and sister.
The future of the people, of the all humanity, depends on citizens, men and women inhabitating the face of the world’s ability to love. Wrath, egoisms, absolutisms, wounds, revenges, envies, failures, complexes, capacities, virtues and talents… are faced at home and at school.
Education and family. There is no better investment nor a most important one for a ruler, for a society.
– ¿Cómo te llamas? Yo soy Juan…
Silencio.
– ¿Puedo jugar contigo?
– No.
– Papáááá. no quiere jugar conmigo…
¿Por qué se le hace tan difícil a algunos abrirse al cariño? ¿Puede uno jugar solo en un parque? – me pregunto mientras calmo el desconsuelo de quién no entiende todavía el rechazo…
Cuando S. Pedro me abrió las puertas ya era tarde. Aunque en el cielo no existe el tiempo, tuve la sensación de que me estaban esperando.
Detrás de aquellas puertas estrechas se abrió ante mi una avenida de anchura desmesurada, fácil de recorrer. Era una avenida recta, sobria pero alegre en sus detalles, llena de flores, jardines y enmarcada por largas hileras de viviendas, cada una de un color y comunicadas unas con otras. Daba la sensación de ser una gran y única casa en la que todos los habitantes compartían lo que les quedaba de vida eterna.
De pronto, una música empezó a sonar y decenas, ¡cientos!, ¡miles! de niños empezaron a salir de las casas. Cada uno llevaba una camiseta del mismo color que la vivienda de donde salían y cada camiseta llevaba el que, presupuse, era su nombre. Distinguí a Ignacio, a la pequeña santa de Lisieux, al espigado Calasanz, a Karol… Luego reconocí a un grupo en el que me pude reconocer también a mi… ¡mi padre! ¡mamá! ¡abuelos! Vi a Francisco con sus animales, a Teresa, a Pablito de Tarso, a Isidro vestido de chulapo…
El cielo era, sin duda, mejor de lo que me había imaginado. Una sinfonía de colores. Un patio de juegos. Una ciudad eterna habitada por los niños que un día fuimos.
Como todo niño yo también tuve mis sueños. Soñé con ser famoso, actor, cantante, escritor,… soñé con ser médico, con ser bombero, con salvar vidas y que todos me admiraran por ello. Soñaba con cosas grandes y me creía indestructible, ¿cómo podía pasarme algo malo con la cantidad de cosas que tenía por hacer? Eso era algo impensable.
Ya de adulto soñaba. Soñaba con ser como un niño, con disfrutar de la vida que el trabajo me robaba. Y jugué, jugaba como un adolescente con aquello que no podía conseguir, y tonteaba con aquello que creía me hacía feliz.
Soñé y perdí mi tiempo soñando.
Jugué y perdí mi tiempo jugando.
Y soñando y jugando se me pasó la vida y ahora, ya anciano, miro hacía atrás y me pregunto; ¿Qué hubiera pasado si hubiese jugado a soñar con otros sueños, si hubiera jugado al sueño de tender la mano? la vida habría pasado igual, seguro, pero tal vez sin los juegos y sin los sueños robados.