– He tenido una pesadilla… – me dices con el susto en la cara y las manos temblando.
– Cuéntame qué salía, cariño. Cuéntame ese sueño. – contesto mientras me siento en la orilla de la cama, acariciándote el pelo.
– Era una bruja mala.
– ¿Y fea?
– Sí, muy fea – me contestas.
– Pues ahora ya no está. Está papá. Papá y mamá y tus hermanos están aquí contigo. Y Jesús, y María. Tienes mucha compañía.
– ¿Puedo ir a vuestra cama papá?
– No. El miedo no puede ganar. Si gana te atrapará para siempre. Si le ganas tú, ya verás qué contenta te pondrás… ¿Quieres ganarle?
– Sí
Te arropo y te beso, asombrado por tu valentía casi recién nacida; valentía que llega para quedarse…
Una infancia emborronada por aquellos que ennegrecen todo atisbo de pureza. Un grafitti en el alma. Un martillo en la mano. Un arma a la espalda. Un disparo al corazón del mundo. Un flechazo al corazón de Dios.
– ¡Niño! – te grité.
Seguiste caminando, con la cabeza baja, sin darte por aludido.
– Niño… – susurré avergonzado de mi indiferencia. – Niño…
– ¿Cómo te llamas? Yo soy Juan…
Silencio.
– ¿Puedo jugar contigo?
– No.
– Papáááá. no quiere jugar conmigo…
¿Por qué se le hace tan difícil a algunos abrirse al cariño? ¿Puede uno jugar solo en un parque? – me pregunto mientras calmo el desconsuelo de quién no entiende todavía el rechazo…