Una infancia emborronada por aquellos que ennegrecen todo atisbo de pureza. Un grafitti en el alma. Un martillo en la mano. Un arma a la espalda. Un disparo al corazón del mundo. Un flechazo al corazón de Dios.
– ¡Niño! – te grité.
Seguiste caminando, con la cabeza baja, sin darte por aludido.
– Niño… – susurré avergonzado de mi indiferencia. – Niño…