Bailamos toda la noche y le dimos la bienvenida al sol, sentados, uno junto al otro, a la orilla del mar. El corazón, sonriente. El ánimo, arriba. Los sueños, desbordados. La mirada, brillante.
Y en aquella playa del norte, con los pies doloridos y acariciados por la fresca brisa atlántica, nos besamos por primera vez.
Desde entonces, la primavera me sabe a beso, a brisa, a playa. Desde entonces brindo por el sol y por los pies destrozados en compañía.