Estaba loco. Deambulaba por las calles del barrio, sonriendo, hablando solo y saludando con la mano a los viandantes que, con prisa siempre, pasábamos de largo desdeñándolo.

Sobraba. Nos sobran los locos en esta sociedad tan seria que hemos construido. Nos sobran sus sonrisas sin razón, sus espontáneos saludos, su ropa, sus zapatos sucios, su pelo despeinado… Nos sobran los locos. Y los ancianos. Y los niños. Y los distintos. Nos sobra todo aquel que no encaja en el gran puzzle. Nos sobran los que estiran las alas y, consciente o inconscientemente, quieren volar.

¿Y yo? ¿Sobraré yo?