narraluz 267

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Imagen: Javier Llorente

 

Tengo un vecino que toca el chelo. Debe de vivir uno o dos edificios más allá del mío. Lo oigo ensayar todas las tardes. Llueva o haga sol, el chelo irrumpe en el silencio del barrio sin pedir permiso. A él no le conozco, no personalmente. No sabía ni que existía. No le he visto nunca la cara. Cuando salimos al balcón a las ocho, a veces lo busco e intento adivinar quién puede ser. Ni siquiera sé si es un hombre. Yo me lo he imaginado así. Y pienso si es el chico joven, moreno, del segundo del edificio de al lado. O el madurito del quinto del bloque que casi da a la esquina. 

 

Un día lo conoceré, pienso, y le diré que estoy enamorada de él y de su chelo. Y que la edad no importa en el amor. Tantos días en casa me han dado tiempo hasta de ensayar lo que le diré en nuestra primera cita:

 

—Me llamo Elena. Soy vecina tuya. tengo 86 años. Muchos días he pensado en la muerte. En muchos momentos me sentí sola. Hubo ratos en los que no me hubiera importado irme. Pero entonces sonaba tu chelo. Y algo me aferraba a la vida. Tú me has recordado cada día el don precioso de la vida. Y quiero besarte.

Traducción: Enrique Llorente