Yo me vendí hace tiempo. Vendí mi alma al diablo. Él llegó a controlar toda mi vida, sentado en el trono de mi existencia. Me susurró las decisiones a tomar, me dijo lo que tenía que decir, los nombres de las personas a las que había que destruir… Vendí mi alma al diablo y éste la compró sin dudar.

Cuando vino a verme no olía a azufre ni sus ojos desprendían las chispas del fuego eterno. No. Su apariencia era sosegada, tranquila, diría que casi familiar. Se mecía despacio, sin prisa y me miraba a los ojos. Me ofreció aquello que yo no tenía, me convenció poniéndome en bandeja aquello que yo más ansiaba…

Vendí mi alma al diablo y, ahora, sólo el perdón luminoso de Dios puede librarme de esta insoportable prisión perpetua.